24 de enero de 2007

Diario Imaginario: Amores compulsivos

Lo vives y no te lo crees, así es que te lo cuento con la esperanza de que te diviertas aunque no te creas lo que narro.

Por esos milagros de la Internet, que por cotidianos no dejan de tener pinta de milagro, conozco a una chica (¿ya empezamos con la incredulidad?) y tras el intercambio de correspondencia electrónica de rigor, por fin nos ponemos de acuerdo para conocernos en el mundo real (?). No te la describo no sea que la conozcas y se compliquen las cosas. Basta saber, y ya verás que es un dato importante, que ella se definía como lesbiana.

Quedamos para cenar en un restaurante japonés (llámame hortera o sofisticado, pero el pescado crudo me pierde). Tras la cena, nos metemos en la zona gay de la ciudad por aquello de seguir siendo sofisticado o, a lo mejor, hortera. Concretamente, vamos a un bar de lesbianas donde puedo comprobar que era conocida.

Después de algunas copas y algo de charla, me dice que soy muy frío (¿te puedes creer?), lo que interpreto como una provocación y no entro al trapo, explicándole que no soy frío sino que me he hecho la firme promesa de no ser yo quien de el primer paso (¿cobardía o caballerosidad?).

Se lo piensa y me pone postura peliculera para beso (ya sabes, ojos entrecerrados, oferta de labios y acercamiento de cabeza). Y aquí si entré al trapo (y a la boca).

Ya que estamos en asuntos de besos y bocas, resulta que las manos se aburren y se unen a la guerra. Así es que hazte la foto mental: un tío (guapo e imponente como yo) en un bar de lesbianas morreándose y magreando a una tía (que parece que también tenía estatus de lesbiana).

En fin, tras esta escaramuza (el parte de guerra marcaba alrededor de las 2 de la mañana) la chica va a llamar por teléfono a casa para pedir prórroga (el eterno cuento de Cenicienta).

Terminamos nuestras copas y me lleva a un “bareto” (en la misma zona) con fama de ser punto de reunión de parejas swingers. Estaba casi vacío (solo estaban dos personas más que parecían no hacer pareja y ni recuerdo a que sexo pertenecían aunque creo recordar que eran hombres).

Lo mejor es la camarera (o camarero) que resulta que es travesti o transexual, vaya Vd. a saber. Una belga u holandesa grande, rubia con el pelo corto y tetuda, de unos cuarenta y algo de años.

Más copas, más charla, más besos, más sobe. En un momento dado, me dice que vayamos al baño. Cosa que hago aunque no tenías ganas de hacer pipí en ese momento.

Es cerrar la puerta y se convierte en un pulpo sexual: en un momento tenía el sujetador subido y las tetas (preciosas, por cierto) al aire; la falda arremangada y las bragas camino de sus tobillos; la cremallera de mi pantalón, violada y mi polla en una mano.

Y va y me dice la cosa más bonita y romántica que me han dicho nunca en toda mi vida: "¡Cómeme el coño!"

No me lo podía creer. Jamás ninguna mujer me ha dicho esto (salvo en mis fantasías). Normalmente siempre han usado algún eufemismo o una bonita elipsis que lo deja todo sobrentendido (por no hablar de los gestos o miradas).

Para no hacerlo muy largo, ya sabes que esta es una de mis debilidades y no tiene que volver a repetírmelo (lo mismo me hubiera corrido de la impresión de volver a oírlo).

Y allí que me pongo a la tarea requerida con toda la ilusión y el cariño del mundo (tengo que aprovechar para enviar agradecimientos a la persona que limpia y mantiene los servicios en cuestión; estaban impecables). En este momento tocaría una bonita descripción sobre su coño, pero me ahorraré los detalles y solo diré que era un coño precioso (algo peludo para mi gusto, pero eso es algo fácil de arreglar) en perfecta armonía con las tetas de la dueña. En resumen, un conjunto de concurso, si es que hay concursos de esto, quién sabe.

Por no romper el ritmo de la acción, resulta que sentimos unos golpes en la puerta y una voz con acento europeo nos conmina a no seguir con la acción, lo que podríamos traducir por "nos cortó el rollo". Nos arreglamos las prendas sociales y salimos con cara de buenas personas. Nos cae un pequeño sermón sobre el uso y abuso de los servicios de tan respetable sitio; sin olvidar que un rey como yo debería llevar a una princesa como ella a un castillo de cinco estrellas (le iba a responder que nada me gustaría más, pero que en pocos minutos mi princesa se iba a convertir en calabaza, pero esa noche no estaba yo bravo y tampoco entré al trapo).

Terminamos nuestra copa y nos vamos, no sin antes conseguir que la pobre mujer (o lo que sea) se sienta un poco mal por la escenita que nos había montado. Como el hechizo estaba a punto de cumplir, trasladé a Cenicienta a su residencia y nos despedimos con esa sensación de que la noche podía haber dado más juego pero que la vida es así de cabrona.

Y mi historia termina con un romántico final (como se merece esta historia): Regresé a casa para pasar la noche en soledad con un agradable olor en mi corazón, el olor de su coño en el dedo corazón de mi mano derecha.

--- o O o ---

Este relato lo escribí en octubre de 2001 (una odisea del espacio... adecuado). El título alternativo que barajé era "Su olor en mi corazón". Espero que haya sido de su agrado (para quien no lo conociera ya, claro).

1 comentario:

Anónimo dijo...

la fantasía de hacérmelo con alguien en unos baños otra vez a mí me pone mucho :)

No me voy a escandalizar pero te creo porque lo he vivido varias veces... lo de Internet :)

Y me alegro de haber llegado hasta aquí hoy por los premios...

un saludo :)
la Roja